Reseña de 'Dispara, yo ya estoy muerto' de Julia Navarro

He aquí una historia de árabes y judíos...pero no una historia como nos tienen acostumbrados, corrompida según intereses o ideologías. Es un relato contado desde dentro, de manera visceral y emotiva, realista y sincera, como deben contarse las historias, sin tomar partido por los distintos protagonistas pero permitiéndonos empatizar con ellos de manera que sintamos como nuestras su alegría o su dolor.
Es una historia en la que lo menos importante es su final, en la que lo verdaderamente esencial son todos los acontecimientos que nos han llevado a ese final. Es una historia que todos debemos conocer...

Marian, colaboradora de una ONG que está en contra de los asentamientos que los judíos están imponiendo al pueblo árabe en Palestina, y Ezequiel Zucker, judío e hijo de Samuel Zucker, (personaje principal de la novela), serán los narradores de este increíble relato que nos habla de dos familias, los Zucker y los Ziad desde los pogromos en la Rusia zarista hasta nuestros días. Ellos serán los portavoces, cada uno de un bando, que nos harán entender mucho mejor el terrible conflicto que se vive en Palestina.
Nosotros escucharemos como jurado silencioso las dos versiones, y es tal la maestría que ejerce Julia en su narración que nos hace imposible emitir un veredicto sobre los hechos. Sentiremos tal conexión con ambas familias según la versión que estemos leyendo que llegaremos a comprender la total necesidad de conseguir un hogar propio del pueblo judio, sometido a tantas vejaciones y maltratos a lo largo de toda su historia; pero también compartiremos el sentimiento de injusticia del pueblo palestino al verse desterrado de sus propios hogares. Como bien le dice Mohamed a Samuel en un momento de la novela, después de haber compartido tantos y tan buenos momentos en La Huerta de la Esperanza: "¿Acaso es un amigo aquel al que le abres la puerta de tu casa y, una vez dentro, te quiere expulsar?"


El relato establece en sus primeras páginas una perfecta unión de amistad y amor entre las dos familias y veremos cómo se fue gestando ese odio, como si fuera una serpiente que poco a poco va devorando a su presa. Árabes y judíos, piezas de un tablero de ajedrez situado en Palestina que son movidas al antojo de los poderosos, los verdaderos culpables de la situación actual. Utilizados como peones con falsas promesas imposibles de conciliar para conseguir su objetivo sin importar las consecuencias, y abandonados posteriormente a su suerte, como perros callejeros para que se devoren entre ellos.
Es una historia de amor, de amistad y de una lealtad inquebrantable que ni toda la sangre vertida es capaz de empañar, es una historia de dolor, en la que hasta la tristeza traspasa las páginas y conecta con el lector, pero también es reflexiva, y terriblemente apasionada. Y nosotros mismos desearemos al final del libro que vuelvan esos viejos tiempos, en los que Ahmed Ziad y Samuel Zucker se sentaban juntos entre los olivos de ese pedazo de tierra que compartían a fumar sus cigarrillos egipcios y a conversar con el inmenso afecto que se profesaban...
 Pero ya es tarde, y casi imposible, pues "...sólo cuando  haya tantos muertos que resulte insoportable una muerte más. Entonces los hombres se sentarán a hablar..."

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