Si os gusta el rock, y os gusta leer, no debeis perder de vista el regreso de Edu Garrido, que vuelve de vacaciones para seguir regalándonos reseñas tan fantásticas como ésta. Recomendada!
Lemmy, la autobiografía de Lemmy Kilmister y Janis Garza
Hay una película cómica de los años 90 que en España se tituló
Cabezas Huecas (Airheads) donde un metalhead pregunta a un productor musical
“¿quién ganaría en una batalla entre Lemmy y Dios?” Y el pobre desgraciado que,
como buen directivo de la industria musical de la época, no tiene ni idea de
nuestro adorado arte, responde “Dios”. “No, idiota, Lemmy es Dios”.
Esta pequeña intro recordatoria puede servirnos para significar lo
que es la figura de Lemmy Kilmister para el mundo del rock and roll, un tipo
que rezuma honestidad y pureza de lo que se supone que deben ser nuestros
ídolos musicales. En 2002 le proponen escribir su autobiografía y se apoya en
una crítica musical de su confianza, Janiss Garza, para darnos otra lección de
integridad y honor hacia su vida, su profesión y su pasión. Todos le conocemos
como el tipo que nos ha volado la cabeza con su banda Motörhead, pero Lemmy se
retrotrae a sus inicios, a esa Inglaterra oscura, sucia y lóbrega que, de la
mano de una guitarra sustraída se adentró en lo que acabó convirtiéndolo en un
icono mundial.
Su estilo es cachondísimo, con ese sentido del humor británico, no
exento de flema y directo a la yugular, pero amable y sumiso ante lo hecho y
donde la diversión y la profesionalidad van siempre de la mano.
Nos habla de los grupos por los que pasó, de los intentos por
abrirse paso en el mundo de la música en su zona natal al mando de una
guitarra, hasta que se larga a Londres y se mete a dormir en casas ajenas,
gracias a las amistades nacidas en la carretera (Jon Lord, Neville Chesters,
Noel Redding…) hasta que se asienta al mando de las cuatro cuerdas de Hawkwind.
Las historias que va contando, sus devaneos con las drogas (cuando
lo metieron en urgencias por meterse sulfato de atropina en lugar de sulfato de
anfetamina, es decir, speed; o cuando desaparecía tres o cuatro días en que
andaba por ahí sin dormir y, evidentemente, sin recordarlo; o cuando se comió
50 anfetas azules de golpe porque les paró la policía en un control, etc...),
sus composiciones originales (con especial mención a “Motorhead”, la última
creada para Hawkwind, justo antes de despedirlo del grupo y que le sirvió para
nombrar a su banda eterna), sus relaciones personales y profesionales con los
distintos músicos que han pasado por su lado (especialmente cachondo el pasaje
que dedica a Mikkey Dee que llegó con pintas de glam/sleazy hasta que lo
conoció realmente y es, casi con seguridad, con quién mejor ha cuadrado nunca),
su pasión por la iconografía, vestuario e infografía de la II Guerra Mundial y,
en especial, de la Alemania nazi (lo que le ha llevado a multitud de
problemas), sus múltiples acusaciones de todo tipo de delitos morales (destaca
su defensa de la mujer como músico, su gran relación con la banda Girlschool o
Wendy O. Williams, entre otras), y tantas y tantas historias que hacen que
devores 300 páginas de rock and roll puro escrito a fuego sobre pergamino
original.
Respecto a la historia de Motörhead recuerda mucho, y con bastante
detalle en lo musical, lo vivido hasta mediados de los 90, pero quizás pasa muy
por encima las últimas grabaciones previas a la conclusión de esta obra. Su
mala relación con las compañías discográficas, con los productores y los malos
resultados finales respecto a lo que las canciones merecían pasando por una
buena mezcla y el interés necesario que los que ponen el dinero juramentan
antes de firmar el contrato.
En resumen, una obra que
pasará por tus manos rápidamente, que es tan adictiva como divulgativa, tan
divertida como fascinante, tan
descacharrante en su tono como injusta en su contenido. Imprescindible.
Reseña por Edu Garrido.
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