La carretera [Libro Vs Pelicula]
"Cormac
McCarthy realiza un trabajo de microcirugía tan perfecto y detallista, tan
puntilloso en la utilización de las pocas palabras que necesita para meternos
de lleno en una historia tan ruda y fatalista, que consigue emocionarte, que te
duela, que pases frío o se te encoja el corazón a la vez que no puedes parar de
leer."
La carretera - Cormac McCarthy
[Libro]
Un
padre y su hijo recorren lo que queda de lo que en su momento fueron los
Estados Unidos de América. Se supone que un apocalipsis nuclear ha devastado la
civilización y los pocos supervivientes se dedican a intentar sobrevivir, como
pueden, buscando víveres, viajando sin parar, buscando refugio, huyendo de los
“malos”, buscando el mar, como si el océano fuera el paraíso celestial que les
devolverá la vida.
McCarthy
utiliza un lenguaje muy crudo, tan distanciado y frontal como el paisaje que
les acompaña durante su pulular por las baldías tierras. El autor se muestra
tan alejado que no da nombre a los personajes, de hecho el padre es el hombre y
el hijo es el chico, intentando ponernos a todos nosotros en la situación tan
dramática que están pasando los dos viajantes.
Las
situaciones por las que tienen que pasar son tan duras y crueles que, en más de
una ocasión, el padre debe hacer reaccionar a su vástago y dejarle claro lo que
tiene que hacer. Uno de los momentos más duros es cuando le recuerda que en la
pistola que llevan solo queda una bala, y en el caso de que le pasara algo, el
niño ya sabe lo que tiene que hacer, porque los malos merodean buscando comida,
cualquier tipo de comida.
En
una de sus múltiples invasiones a las abandonadas casas que se encuentran,
descubren un sótano repleto de gente atada, mutilada y aterrorizada, destinada
a ser el sustento vital de esos “malos” que han visto por la carretera en
alguna ocasión y de los que han tenido que escapar desesperadamente. El
canibalismo se ha convertido en norma para ese sector del género humano que
saca sus instintos más cavernarios para sobrevivir.
El
padre también decide volver a donde pasó su infancia, intentando recordar los
buenos viejos tiempos. Hasta cuando encuentran un zulo adaptado para sobrevivir
a un holocausto nuclear, repleto de provisiones, la desesperanza y la inquietud
constante es la mejor definición de lo que estamos leyendo. McCarthy no da pie
a la ilusión, no da lugar a la esperanza, y fabula descaradamente sobre la
incapacidad del ser humano de mirarse su propio ombligo y atisbar un poco más
allá de su propio flequillo.
El
carrito de supermercado que empujan, con las pocas cosas que tienen para seguir
adelante, nos compara a los indigentes ignorados que campan por las grandes
ciudades con cualquiera de los que nos creemos a salvo y, quizás algún día,
como le ha pasado a tanta gente, podamos acabar igual. Además, lanza un mensaje
claro de deslealtad y esquizofrenia disociativa a los políticos de turno que,
con total seguridad, tarde o temprano, acabarán con la raza humana.
Los
diálogos breves, repletos de “vale”, “vale”, demuestran lo descarnado y crudo
que es el relato, la prosa y el futuro que nos plantea el escritor. El padre
representa al hombre experto, conocedor de sus semejantes, que no se fía de
nada ni de nadie, siempre intentando proteger a su hijo, del frío, del hambre,
del hombre. El niño, por su parte, refleja la inocencia, la virtud, el
sentimiento vital con el que se supone que nacemos, antes de ser abochornados
por la sociedad, intentando ayudar a un viejo o buscar a otro niño con el que
se encuentran.
Cormac
McCarthy realiza un trabajo de microcirugía tan perfecto y detallista, tan
puntilloso en la utilización de las pocas palabras que necesita para meternos
de lleno en una historia tan ruda y fatalista, que consigue emocionarte, que te
duela, que pases frío o se te encoja el corazón a la vez que no puedes parar de
leer.
La
novela le hizo ganar muchísimo prestigio y causó muchísimo impacto, además de
otorgarle el Pulitzer en 2007, además de otros logros. Un autor que ha sido
comparado con grandes de la literatura norteamericana, y que ha tratado varios
géneros, novela, teatro, guión cinematográfico o historias cortas, y que posee
un puñado de obras muy reconocidas, pero quizás sea esta que hoy tratamos la
cumbre de su carrera.
La carretera - John Hillcoat
[Película]
Un
bosque, unas flores, un bonito jardín, una preciosa mujer, embarazada, la luz,
un sueño…
El
despertar marca la realidad, la devastación, el frío, el hambre, la
desesperación, la soledad, el canibalismo, el hambre, el frío, la búsqueda, la
oscuridad, la impotencia, el hambre y el frío…
El
padre y el niño arrastran el destartalado carrito de la compra por la baldía
carretera. Las ropas raídas, la piel ajada, una pistola, dos balas, el miedo…
Llega
una camión destartalado con un grupo de supervivientes armados, algo deudores
de la imagen visionaria de Mad Max. Uno de ellos se separa del grupo, los ve,
les amenaza… Ya sólo queda una bala y el miedo se ha convertido en pavor, en
pánico, en terror…
Hay
gente buena y hay gente mala, y hay que seguir siendo los buenos y huir de los
malos. La carretera les lleva hacia el sur, todas sus esperanzas están puestas
en llegar a la costa. Un día encuentran una casa, que parece abandonada, la
registran y encuentran un sótano con personas atadas, mutiladas y gritando
auxilio. Salen despavoridos porque son buenos, pero los caníbales vuelven y son
malos, debiendo elegir entre sobrevivir o morir.
La
fotografía del español Javier Aguirresarobe es fantástica, resaltando la
lobreguez del ambiente apocalíptico en contrapunto a los flashbacks en que el
padre recuerda momentos con su mujer, una deslumbrante Charlize Theron en los
inicios y sombría y depresiva al final, que le llevó a ganar el Bafta entre
otros.
Vuelven
al lugar donde el padre se crió, rememorando viejos y buenos recuerdos. El hijo
cree ver a un niño…
También
se encuentran otra casa abandonada, con otro sótano, pero esta vez repleto de
existencias para sobrevivir a un ataque nuclear. Comen, beben, se bañan con
agua caliente, se lavan y cortan el pelo, apenas un instante de lo que fueron.
Escuchan a un perro y…
Aparece
en la carretera un viejo solitario, un caminante perdido al que dan de comer e invitan
a cenar, un trocito de humanidad entre tanta sinrazón. Un viejo casi ciego les
da sentido, aunque sea por unos minutos, a tanta deshumanización.
Al
final consiguen llegar a la costa, pero el padre enferma, les roban, pero al
recuperarlo dejan al ladrón solo, desnudo y hambriento ante una muerte seguro.
¿Se están convirtiendo en los malos? El niño se empeña una y otra vez en buscar
la esperanza, en perseguir al niño que vio en el pueblo, al perro que escuchó
en el sótano abandonado, acoger al viejo o dejarle comida al ratero. Representa
la inocencia, la bondad, la conciencia humana…
Sufren
un ataque, el padre muere, y aparece una familia (la del niño y el perro) que
le piden que se una a ellos. El chico se despide de su padre muerto, le llora y
sigue su camino, tal y como le ha enseñado.
La
buena dirección de John Hillcoat, las magníficas interpretaciones de los
actores, especialmente de Viggo Mortensen, cuyas arrugas, cuyo estado físico,
cuya abrumadora desesperación en la defensa y adoctrinamiento de su hijo
abruma, te forja en la desolación. Kodi Smit-McPhee, por su parte, le da el
contrapunto perfecto para dar algo de sentido a tanto sinsentido. Y los pocos
secundarios que aparecen dejan huella, Charlize Theron, Robert Duvall o Guy
Pearce y Molly Parker dan vida a la consternación, a la sabiduría y a la
esperanza de una manera sutil y pétrea a la vez.
La
lectura más filosófica, la buena recepción por parte de la crítica, algunos
premios que acompañaron esas opiniones, la tenue música de Nick Cave y Warren
Ellis que acompaña el caminar de los protagonistas, la adaptación literaria de
Joe Penhall de todo un premio Pulitzer o la visión tan funesta que muestra en
imágenes para el futuro de la humanidad, nos deja casi dos horas de una dureza
tan cautivadora como siniestra. Esperemos que no sea también visionaria.
Eduardo Garrido
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