Rafael Guillén gana el XI Premio de Poesía Federico García Lorca

El poeta granadino Rafael Guillén ha sido galardonado con el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca en su undécima edición, según el fallo dado a conocer ayer por el jurado, que ha destacado su "sabia humildad" y su obra como resultado de "restar espacio a la incertidumbre y al desconcierto".
Nacido en 1933, este miembro de la "generación de los 50", que en 1994 fue galardonado con el Premio Nacional de Poesía, responde según el jurado al modelo latino "Ubi est humilitas, ibi est sapientia" (Donde está la humildad, está la sabiduría).
"Su obra solo está aparentemente cerrada porque el poeta sigue escribiendo, tal vez en un momento de especial lucidez proveniente de ejecutar la sabiduría que viene de su humildad", ha dicho Antonio Chicharro, de la Academia de Buenas Letras de Granada y que ha ejercido de portavoz del jurado, presidido por el alcalde de la ciudad, José Torres Hurtado.

El jurado también ha subrayado que "su prudencia, su saber estar y su modestia" le han llevado a estar en el centro de la vida literaria de una manera "inteligente y respetuosa".
El premio, al que han concurrido este año un total de 42 autores de 17 nacionalidades, está dotado en la actualidad con 30.000 euros y nació siendo el de mayor cuantía económica en su género.

Os dejamos con uno de los poemas de Rafael para que disfrutéis con él:


El miedo, no

El miedo, no. Tal vez, alta calina,
la posibilidad del miedo, el muro
que puede derrumbarse, porque es cierto
que detrás está el mar.
El miedo, no. El miedo tiene rostro,
es exterior, concreto,
como un fusil, como una cerradura,
como un niño sufriendo,
como lo negro que se esconde en todas
las bocas de los hombres.
El miedo, no, Tal vez sólo el estigma
de los hijos del miedo.
Es una angosta calle interminable
con todas las ventanas apagadas.
Es una hilera de viscosas manos
amables, sí, no amigas.
Es una pesadilla
de espeluznantes y corteses ritos.
El miedo, no. El miedo es un portazo.
Estoy hablando aquí de un laberinto
de puertas entornadas, con supuestas
razones para ser, para no ser,
para clasificar la desventura,
o la ventura, el pan, o la mirada
-ternura y miedo y frío- por los hijos
que crecen. Y el silencio.
Y las ciudades rutilantes, huecas.
Y la mediocridad, como una lava
caliente, derramada
sobre el trigo, y la voz, y las ideas.

No es el miedo. Aún no ha llegado el miedo.
Pero vendrá. Es la conciencia doble
de que la paz también es movimiento.
Y lo digo en voz alta y receloso.
Y no es el miedo, no. Es la certeza
de que me estoy jugando, en una carta,
lo único que pude,
tallo a tallo, hacinar para los hombres.

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