Reseña de 'Errol Flynn - Aventuras de un vividor'
Errol
Flynn publicó hace 57 años su autobiografía, cuando acababa de cumplir 50 años
y pocos meses antes de fallecer a causa de un infarto. Hace unos pocos años, la
editorial T&B la editaba en España para regocijo de los muchos seguidores
que el mito australiano tiene en nuestro país.
Mundialmente
conocido por su faceta de actor, debo reconocer que lo que más me ha
interesado, dado que lo leemos desde su propio punto de vista, es su etapa
menos conocida, la de un joven ambicioso, sinvergüenza y buscavidas que es
capaz de todo por seguir adelante y ganar el dinero suficiente para tomarse
unas copas y llevarse a una mujer a la cama.
Nace
en una ciudad de la región de Tasmania en 1909, de padres acomodados de los que
apenas recuerda los azotes en el culo, las broncas constantes y el dinero que
podía sacarles para su siguiente aventura. Pero hay que destacar desde esas
primeras páginas el enorme sentido del humor con el que Flynn nos relata los
recuerdos de su existencia.
Si
conoces algo de Errol, probablemente, será su alcoholismo, sus múltiples
aventuras, tanto amorosas como vitales, su pasión por el mar y los barcos, y un
puñado de títulos cinematográficos imprescindibles en cualquier colección. Pues
aquí descubrimos, en algo más de 300 páginas, a un tipo que en la mayoría de
las veces no se tomaba en serio ni a sí mismo y en otras tantas eran los demás
los que no le tomaban en serio a él, sufriendo las consecuencias de dicha actitud,
convirtiéndose en un hombre tan vital como incomprendido, tan hiperactivo como
víctima de su propia creación.
Su
infancia pasó entre expulsiones de varios colegios, donde lo acogían por el
prestigio de su padre, reputado biólogo, pero del que, inevitablemente,
terminaba rechazado. En su juventud probó con varios deportes y empleos para
buscarse la vida, pero las páginas más abundantes, divertidas y nostálgicas
(porque pese a las grandes penalidades que sufre nos lo cuenta con grandes
dosis de nostalgia) son las dedicadas a sus aventuras en la isla de Nueva
Guinea. Debutó como funcionario sanitario, luego como buscador de oro, tabaco o
lo que se le pusiera por delante. Multitud de historias contadas con una sorna
y un cachondeo enormes nos hacen devorar las páginas, pese a que vislumbramos
que se jugaba la vida una y otra vez y que, desde el principio, estaba viviendo
su vida sin cierre de seguridad. Sus primeras aventuras con mujeres casadas,
sus borracheras, sus encontronazos con las autoridades, con las tribus locales,
con la falta de recursos, toda una galería de dislates que Flynn relata como si
se estuviera fumando un puro y tomando una copa de coñac frente a un auditorio
repleto.
Finalmente
se embarcó rumbo a Inglaterra, y en dicho trayecto trabó amistad con el Dr.
Gerrit H. Koets, tan aventurero y cínico como él. Sin embargo, Errol nos cuenta
el atribulado viaje con toneladas de ese sentido del humor que ya nos ha
conquistado desde el principio. Las páginas vuelan sin cesar, pese a que nuestro
cerebro está imaginando las penalidades que suponían cada una de las
ocurrencias que a nuestro protagonista se le venían encima. Socarrón, mordaz,
irónico y con una pátina de inconformismo, leemos momentos surrealistas, como
cuando llegan a Marsella y se empeña en visitar los prostíbulos locales, donde
presencia como un burro monta a una joven gala, entre otras barbaridades, pero
como quien no quiere la cosa lo despacha con un “yo entro en un burdel con el
mismo interés que en el Museo Británico” y no puedes reprimir una carcajada.
Esa es la causticidad de Errol Flynn, de la que está impregnada toda la obra.
Al
llegar a Londres recurrió, una vez más, al engaño y la cara dura para
sobrevivir hasta que su astucia y sus tretas le llevaron a formar parte del
Northampton Repertory durante 18 meses de los que consiguió su primer contrato
en Hollywood, concretamente 6 meses a prueba para la Warner.
Ahí
comienza la carrera actoral del icono que todos conocimos, pero también parte
de la decadencia que conlleva llegar a lo más alto, de ganar más dinero del que
necesitas, del conocer a demasiada gente que te llama amigo sin serlo, y de
casarse con una mujer tan peleona como Lili Damita. Y es que Tiger Lil era una
mujer enormemente sexual, puramente vital, a la que no interesaba para nada el
cultivo mental que Errol se obcecaba con alimentar a su cerebro. Y claro, las
disputas, las reconciliaciones, los celos, las peleas, el sexo, los gritos y
las acusaciones fueron el día a día de la pareja. Evidentemente, el matrimonio
no fue la solución, pero le sirvió para iniciar su carrera.
Su
debut fue con El capitán Blood de Michael Curtiz, con el que llegó a rodar
hasta 11 películas, algunas de ellas tan clásicas y recordadas como La carga de
la brigada ligera, Robin de los bosques, Dodge, Ciudad sin ley o El halcón de
mar. Su relación con Curtiz fue tan cruenta laboralmente como fructífera
económicamente, porque le sirvió a Errol para escalar posiciones y convertirse
en el galán aventurero que ha pasado a la historia y a elevar sus honorarios
proporcionalmente.
El
otro director con el que más trabajó, y que sí le demostró ser uno de los
grandes y empatizar profesional y personalmente, fue Raoul Walsh, con el que
rodó joyas como Murieron con las botas puestas, Gentleman Jim u Objetivo
Birmania. Fue en esos años de crecimiento mediático cuando conoció y se hizo
amigo de otro de los grandes alcohólicos de la época dorada de Hollywood, el
gran John Barrymore, al que sostuvo hasta su muerte, montando una despedida
digna de la leyenda de John en su funeral.
Su
divorcio de Lili le provocó problemas económicos para el resto de su vida,
recurriendo a los barcos para vivir en múltiples ocasiones. Es la persona a la
que peores palabras le dedica en toda la obra, acusándola de todo lo
imaginable, aunque la pareja sería digna de cualquier reality televisivo de hoy
en día.
Al
llegar la década de los 50, Flynn ya era un hombre avejentado, totalmente
alcoholizado, que bebía vodka en lugar de cualquier otro licor porque no olía,
y en plena decadencia tanto profesional como vital. Su pasión por el mar y los
barcos parece ser lo único que le mantiene atado a la vida, siendo célebres sus
temporadas viviendo en Mallorca, apareciendo descalzo, hinchado y mal vestido
por cualquier bar para hacerse con una botella. Estos últimos pasajes de su
vida rebosan más pesadumbre y tristeza escondida, porque siempre insiste en su
real interés por el arte cinematográfico, por aportar algo realmente grande al
séptimo arte, empeñándose en actuar para cobrar y dedicar ese dinero a lo que
realmente quería.
Sus
3 matrimonios, sus 4 hijos, sus barcos, su propiedad en Jamaica, sus múltiples
aventuras amorosas, sus varios personajes icónicos en el cine, sus
descalabrantes aventuras en cualquier tipo de actividad en la que se metía, su
verborrea desmedida, su amistad fiel, su peculiar moral alcoholizada, muy
alejada de la doble o triple moral aceptada en su entorno, sus constantes
problemas con la justicia y, por encima de todo, su espectacular sentido del
humor, nos obligan a devorar sin medida la vida de uno de los vividores más
grandes del siglo XX, porque como el título indica, Errol Flynn vino a este
mundo a vivir la vida, aunque probablemente no lo hubiéramos aguantado a
nuestro lado más de un día.
Eduardo Garrido.
Muy interesante, el artículo y el personaje!
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